sábado, 1 de agosto de 2009

¿Lo digo o no lo digo?

Entre las muchas y variadas enseñanzas que mi padre me ha legado, hay una frase que siempre, por una u otra razón, recuerdo, y dice así: “Podés hacer lo que quieras en la vida, menos evitar las consecuencias”. De más está decir que puede aplicarse a cualquier accionar; siempre uno termina dándose cuenta que los efectos concomitantes de algo que hizo o dejó de hacer, expresó o se olvidó de decir (sin traer aquí a Freud, que, con gusto, nos ayudaría a descubrir el porqué de tal “olvido”) muchas veces escapan a lo que uno esperaba o siquiera imaginaba.

Hete aquí que, en más de una ocasión, nos encontramos tratando de explicar lo inexplicable. Claro, es complicado para nosotros, que estamos seguros de no haber querido ofender ni lastimar a nadie, explicar nuestro accionar a alguien que, obviamente, no tiene el mismo panorama y resultó lastimado u ofendido. Muchas veces es casi imposible aclarar lo que dijimos, y en contadas ocasiones es tan complejo el asunto que las personas dejan de hablarse, empiezan a cambiar de opinión sobre alguien, e incluso pequeñas guerras tienen lugar por lo que fue, en un principio, sólo un comentario, una frase, un “decir”.

Yo me pregunto: ¿Dónde está el límite entre lo que uno tiene “derecho” a decir y aquello que es “mejor callar”?, ¿Cómo hace uno para que aquello inherente a la vida social, las palabras, sean sólo lo que les pedimos que sean?, ¿Para que los términos que brotan de nuestros labios no signifiquen nada más que lo que representan al momento de decirlas?, ¿Cómo explicar nuestra propia imparcialidad?

Creo que las respuestas son diferentes para cada uno de nosotros; tan variadas como variedad de subjetividades uno puede encontrar. Para muchos de nosotros ciertas palabras no se pueden decir, para otros algunos fonemas son ofensivos, insultantes o incluso blasfemos; otros tendrán miedo a hablar por “el qué dirán”, o “para no quemarlo”, o, incluso, para que no pase lo temido al nombrarlo, al hacerlo palabra. La palabra nunca es ella sola, siempre es ligazón entre sujetos, entre significaciones, entre intenciones; ya Watzlawick nos advirtió, en su Teoría de la Comunicación Humana, de los peligros que corremos al, justamente, comunicarnos, confundiendo intencionalidades, objetivos y puntuaciones de nuestro inocente interlocutor. Muchos repiten incansablemente el mismo discurso, tratando de convencerse de que es así y no hay otra forma de verlo, sintiéndose cuasi ultrajados si alguien trata de contarles que existen otras formas de pensar, hablar y comunicarse. Por suerte también están los que reaccionan agradecidos y curiosos cuando alguien es diferente, sin catalogar bajo la eterna (y cansadora) lógica binaria, que demanda que la gente sea “como uno” o “no como uno”; que el discurso de otro individuo sea solamente “verdadero” o “falso”; que sea catalogado como “bueno” o “malo”, que entre en los límites de lo “normal” o “anormal”, que sea “sano” o “enfermo” en última instancia. ¿Porqué será tan difícil entendernos bajo un “Y” en vez de un “O”?, ¿Porqué tenemos esa ¿naturaleza?, ¿costumbre? de segregar y excluir en vez de incluir?

Y si nos ponemos a pensar, si, le decimos “loco” a todo aquel que no encaje con lo que solemos, esperamos o quisiéramos ver, escuchar o tratar; aunque sea en broma, incluso en ese momento estamos fundando significado. Significado que, otra vez, puede ser ofensivo, insultante… o discriminativo. Etiquetamos así a las personas, suponiendo que están “locas” por no tener el mismo rango de accionar permitido que nosotros nos permitimos tener.

Muchas veces uno no se da cuenta que es imposible que todos pensemos, actuemos o hablemos igual; es más, sería harto aburrido que el pensamiento sea único, compartido e ideal. Y más que aburrido sería un arma perfecta; un instrumento de control masivo que fácilmente nos dejaría a todos contentos y sin ganas de pensar más allá, sin necesidad alguna de hacernos preguntas, de cuestionar, de problematizar, de interrogarnos acerca del por qué, del cómo, de las razones que nos llevan a pensar de esa manera y no de otra. Porque en este universo imaginario no habría “otra”, como no hay manera de cuestionar, por ejemplo, a Dios; el dogma requiere la mayor entrega, la menor duda, la menor opinión, la única creencia de verdad absoluta, de realidad. De conformidad.

Yo creo que, con un alto nivel de tolerancia y escucha, bajando un poco los puños y siendo un poco más “otro” con el “Otro” podemos avanzar. Podemos pensar más allá de yo/no yo para empezar a ver que lo distinto no siempre es de temer; que las diferencias no tienen porqué significar deficiencias. Que lo distinto muchas veces nos abre la posibilidad de pensar más allá, de tener en cuenta más variables; la homogeneidad es imposible si consideramos la heterogeneidad que nos funda, y ésta es (o tendría que ser) fuente de riqueza y no de descrédito, debería ser nuestro orgullo y no nuestra vergüenza.

1 han opinado:

Unknown dijo...

Hola, como va¿?

Soy José, me parecío muy lucida tú mirada, me gustaría ver, si podés ayudarme a entender o abordar algo que me cuesta descifrar, y "es como le doy lugar al otro".
en tú comentario tratas la cuestión, como la puedo ver desde otro lugar?, y otra cuestión que me parece relacionada como construir desde otro lugar?

Gracias
agrippi@gmail.com

 
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