viernes, 23 de enero de 2009

Juventud - por Antonella D'Alessio

Hoy el posteo es personal; esto lo escribí para presentarlo en las jornadas de la cátedra Grassi de Adolescencia el año pasado, espero que lo disfruten! =)



¡Juventud, divino tesoro! ¡Cuántas veces hemos escuchado esta frase de Rubén Darío! Pero creo que, a la hora de definir lo que es la juventud, las cosas se complican, ya que no podemos negar que este concepto, como tantos otros que nos marcan como sociedad, está, justamente, construido socio-históricamente, y, lamentablemente, este momento socio-histórico que nos toca no es el más propicio para construir un lugar donde la juventud pueda creer, soñar, y crear, por sobre todas las cosas… Cada sociedad se distingue de otras, justamente por crear una realidad propia alrededor de la cual la vida se ordena; su realidad instituida que siempre estará en lucha con la instituyente, quien lleva la bandera del cambio, de la transformación; esta realidad tiene como meta constituirse en lo establecido, y dictar, así, ordenamientos distintos a los conocidos. Así las distintas culturas se ordenan de manera distinta ante diversas realidades; se ordena o lucha, se acomoda o exilia, se acostumbra o se deprime ante este instituido.

Creo que la juventud ahora está “extendida”, digamos, ya que antes de los treinta años casi nadie se casa, y de los pocos que logran graduarse, son cada vez menos los que pueden darse el lujo de vivir de eso que eligieron como su camino de vida. Me refiero a que, lo que hoy llamamos juventud en otra época no era tan así; sin ir más lejos, nuestros padres – o la mayoría de ellos- a la tierna edad de 24, 25 años ya estaban casados o con miras a hacerlo y formar una familia. Nosotros hoy no podemos decir lo mismo; ahora la prioridad no es la descendencia sino el self. Y éste requiere cuidados que nos llevan largos años lograr: una carrera, una casa, un auto, libertad económica… cosas que, antes era más fácil conseguir, quizás con ayuda de mamá y papá, quizás sin tanto bombardeo publicitario lleno de ideas globalizadas, consumistas que crean falsas necesidades que hay que cambiar pronto, antes de que el modelo ya sea viejo, lo que ocurre infaliblemente al mes de haber comprado el producto “perfecto”. En vez de recuerdos encubridores, deseos encubridores de lo que realmente una persona necesita.

Hoy, la juventud se extiende tanto para adelante como hacia fuera: las posibilidades de triunfar en el exterior parecen brillar con fulgurantes luces de colores ante la oscuridad de un incierto futuro; una eterna incógnita envuelve a un país que alguna vez fue prometedor, pero hoy exporta todo lo que podría marcan un cambio, una diferencia; exportamos atletas, pensadores, científicos, carne, soja… y así esperanzas, ideales, amigos y familiares, se pierden en la búsqueda de otro lugar que pueda hacer todo lo que este no hace, dar todo lo que el vacío institucional ya no puede ofrecer. Incluso con lo doloroso que el auto exilio puede ser. La juventud hoy, acá, en este sacudido país, se identifica lleno de esperanzas de un futuro exitoso, pero siempre más allá de nuestras tierras, ya que ese lugar aquí ha sido borrado, aniquilado, o quizás sólo fue privatizado, y ahora el Estado ya no se hace cargo de eso…

Yo creo que la juventud argentina hace tiempo no muestra saber que es poseedor de la posibilidad de goce y futuro, de potencial creador, transformador; quizás por que falta algo con lo que se puedan identificar; por que eso, hace tiempo ya que acá dejó de estar. O quizás lo tienen escondido en el mismo lugar que guardan la justicia, la igualdad, la seguridad, el patriotismo genuino, el espíritu solidario, las ganas de cambiar (para mejor) y la calidad de vida de un pueblo que se cansó de tiranos, mentiras, injusticias día a día y ridiculeces políticas.

Un pueblo que está harto de esperar, de tener esperanzas de llegar a fin de mes con lo justo, de buscar en la juventud una herramienta de cambio. Un pueblo al que constantemente le llenan la cabeza de circo – ¡sin siquiera el pan!- para evitar que el razonamiento que Descartes postulara como común a todo sapiens sapiens de frutos, ya que los 30.000 jóvenes que todavía lloramos no tienen voz desde la desaparición forzosa. Ni ellos ni las miles de chicas que todavía desaparecen en democracia, ni los cinco millones y medio de jóvenes argentinos que viven en condiciones de pobreza, ni aquellos que se encuentran entre los 300.000 menores de entre 12 y 15 años que consumen alcohol con regularidad están en condiciones de luchar por su futuro, de proclamar su derecho a la educación, a la libertad, a la igualdad. Ni ellos ni nosotros, según parece, tratando de hacer nuestro camino en una facultad cada vez más vapuleada por el Estado, cada día más triste, más vacía de pensamiento individual.

Por todo esto yo creo que la juventud hoy día tiene que esforzarse, y tener fe en ella misma, para lograr algo, para poder luchar; pero también creo que vale la pena hacerlo y que el cambio, las posibilidades, el potencial están en nosotros, y eso lo tenemos que creer para descubrirlos y construir nuestra propia realidad.

Quisiera terminar estas líneas con una frase de John Lennon que creo deberíamos interiorizar, para darle lugar a nuestros sueños, antes que a la desesperanza:

“Podrán decir que soy un soñador, pero no soy el único”

 
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